“Nuestro objetivo es educar sobre el impacto que la comercialización tiene en el bienestar de los niños y abogar para que se retiren las estrategias de mercadeo focalizadas en los niños”. Así describe Josh Golin (https://www.waituntil8th.org/our-team) el propósito de la Campaña por una Niñez Libre de Comercialización. “El aumento, la omnipresencia y sofisticación de la tecnología en pantallas portátiles permite a los vendedores tener un acceso directo a los niños que no tiene precedente. Es necesario cambiar actitudes, modificar cómo utilizan su tiempo nuestros hijos y trabajar para que nuestros hijos tengan espacios libres de comercialización”. Te invitamos a consultar toda esta información en: https://commercialfreechildhood.org/
Ahí encontrarás respuestas a preguntas que frecuentemente nos hacemos los padres: ¿Cómo mantener la privacidad de los hijos? ¿Qué hacen los vendedores para ofrecer sus productos a los niños? ¿Cómo llegan los niños a ocuparse más de las cosas que de las personas? ¿Qué hace Facebook para que los niños y sus padres gasten su dinero? ¿Cuáles son las evidencias de todo esto?
Confiamos en que encuentren valiosa esta información tan relevante hoy en día.
Catherine Steiner (http://www.csadair.com/) consultante de Escuelas Waldorf y autora de The Big Disconnect: Protecting Childhoood and Family Relationships in the Digital Age, responde:
No necesitas ser un ogro para hablar sobre estas cosas, al darle un celular a tu hijo le estás expresando tu confianza en su capacidad para ser responsable. Sé motivador, pero claro:
- Tener este teléfono es un privilegio que puede ser revocado. Como tener las llaves del carro. No es realmente un regalo: Te estoy dando esto para usarlo en el entendido que yo espero que lo uses en la forma que hemos acordado. Si lo llevas a la escuela, debes seguir sus reglas, sin excepciones. No uses este teléfono para iniciar o reenviar chismes o contenido sexual. No pornografía ni nada que sea ilícito. Y si algo le pasa al teléfono, si lo pierdes o lo rompes, es tu responsabilidad reemplazarlo.
- Los padres siempre deben tener las claves de acceso del teléfono: Tengo el derecho de revisar el contenido de tu teléfono si tengo preocupación por tu seguridad.
- Este teléfono no reemplaza las conversaciones reales con tu familia y tus amigos. Sé que este teléfono no es como otros, es una minicomputadora, pero recuerda que las conversaciones importantes deben hacerse cara a cara. No uses esto para esconder o escapar de lo que pasa a tu alrededor. No vivas tu vida en el teléfono. No dejes que tu teléfono se vuelva tu vida.
- La seguridad, la salud y los buenos hábitos siempre son primero. No uses este teléfono cuando cruzas la calle. No duermas con tu teléfono. El teléfono estará apagado durante el tiempo de hacer la tarea y durante el horario que la familia destina a tomar los alimentos. Es fácil hacerse dependiente de toda esta tecnología, tú no caigas en algo así.
Es común escuchar críticas hacia los padres que decidimos eliminar o reducir a casi nada el uso de las pantallas en las vidas de nuestros hijos, particularmente si son pequeños: “¿Qué estás haciendo? Las pantallas son parte de la vida ahora, quitárselas a los chicos es ponerlos en franca desventaja respecto de los chicos que sí las usan y llegan a la juventud sabiendo usarlas”.
Ante estas críticas y sus reacciones lo primero que pido es no formular juicios, es tan fácil caer en la tentación de hacer juicios como: “los niños que no usan ahora las pantallas, no serán capaces de usarlas bien en el futuro”. Los invito a conocer algunas estadísticas. Se sabe que 32% de los llamados millenials* trabajan actualmente de manera independiente, es decir, no son empleados de tiempo completo, se manejan por proyectos, trabajan medio tiempo, etc.
Extrapolé este cálculo a 2005-2015, y, suponiendo que la proporción sea la misma, tenemos que para 2025 —para cuando nuestros hijos estén en la universidad o al menos en la preparatoria—, más del 50% de los “puestos de trabajo” en el mercado de trabajo, para aquellos que se estén incorporando a él, será de esa naturaleza: autoempleo, sin prestaciones y con la demanda de salir adelante por sí mismo.
Conozco a varios millenials que trabajan (creo que ahora se le llama tapestry employment-tapiz de empleos) con proyectos simultáneos, múltiples equipos de trabajo, teniendo reuniones virtuales (sí, utilizan la computadora como herramienta de trabajo, no hay nada malo en ello) con personas que están en poblaciones distintas y distantes unas de otras. ¿Qué se necesita para esta forma de ganarse la vida? Puedo mencionar las siguientes características: creatividad, resiliencia, innovación, creatividad, adaptabilidad y creatividad. ¿Qué puede ayudarles a desarrollar estas capacidades? Sí, es cierto que lo que vemos en las pantallas es creativo, estoy de acuerdo con que los medios digitales muestran mucha creatividad, pero en palabras de mi buen amigo Tom Cooper, de Emerson College, tendemos a olvidar que es la creatividad de alguien más, no la de nuestros niños, ellos sólo la absorben pasivamente.
Esta absorción pasiva, día tras día, de ninguna manera les hace espacio para desarrollar SU creatividad, no los prepara para el futuro. En realidad, es el juego libre lo que les hace el espacio para la creatividad, discutir con los amigos y ponerse de acuerdo entre todos para levantar el fuerte, es la conexión profunda con la naturaleza, con la familia, con los amigos, resolviendo cómo construir una rampa para la patineta, todo esto es la base de las habilidades sociales, emocionales y cognitivas que los chicos necesitarán para tener éxito en el futuro. El mensaje aquí es que la creatividad toma su tiempo, la innovación toma su tiempo, la adaptabilidad toma su tiempo y las pantallas… las pantallas roban el tiempo, son ladronas de tiempo, se desplazan por nuestras vidas succionando nuestro tiempo, y cuando emergemos de ese lapso hipnótico en que nos zambullimos en la pantalla, podemos decir: “Dios, llevo tres horas metido en la pantalla, ¿qué hice en todo ese tiempo?”
Y este es mi punto cuando la gente pregunta: ¿No estás colocando a tus hijos en una posición de desventaja por alejarlos de las pantallas? Mi respuesta es: a partir de la información con que contamos, no, ni tantito, porque en el futuro podrían ser consumidores pasivos de la creatividad ajena, si no se les da el espacio necesario para inventar, adaptar, crear; entonces sí estarán en desventaja para hacer frente al mundo que les espera.
*Jóvenes que están ahora cercanos a los 30, antes o después.
Este texto es una traducción y transcripción de una conferencia oral, impartida en noviembre de 2016, por Kim John Payne.
El limitar o anular el acceso de los hijos a las pantallas cuando son pequeños (primer septenio) es parte de la base de una pirámide que se irá levantando conforme van creciendo. A mí me encanta la imagen de un autor canadiense, quien equipara las pantallas con el postre, aquello que debe aparecer hasta el final de la comida completa, símil del desarrollo del niño, desde su infancia hasta la pubertad o adolescencia. Por lo tanto, no podemos comenzar la comida por el postre. Si seguimos el curso natural de las etapas como seguimos el curso de una comida, para cuando lleguen a 5º o 6º grado (algunos después, en la secundaria), los niños cuentan ya con la nutrición emocional adecuada y segura desde donde ampliar su círculo de relaciones y de acción.
Yo identifico tres etapas distintas en el desarrollo de los lazos de vinculación. La primera etapa, cimientos amplios y anchos sobre lo que vendrá lo demás, son las relaciones familiares, tanto con la nuclear como con la extendida. La segunda etapa, una menos extendida, pero también mayor, son las relaciones escolares, las que establecemos con los compañeros, los amigos, los maestros de la escuela. La tercera etapa es la de los pares en la pubertad y la adolescencia; en esta etapa aparece el “todos tienen uno” o “todos hacen eso”, pero yo creo que las normas y valores entre pares, propias de esta etapa, no son menos importantes que las de la primera etapa, ni tampoco deberían pasar por encima (y anular) las normas y valores familiares. De hecho, desde mi punto de vista, estas últimas son más importantes que aquellas, pues son la base sobre la cual los pubertos y adolescentes decidirán cómo moverse entre las normas y los valores de los pares, y podrán saber que no necesitan hacer todo lo que su grupo de pares “prescribe”.
Este texto es una traducción y transcripción de una conferencia oral, impartida en noviembre de 2016, por Kim John Payne.
Revisando la forma en que los adultos son presentados en películas, programas, series de televisión, etc., detecté que en los 90 ---particularmente a partir de las películas Home Alone (Mi pobre angelito), pero creo, también que pudo haber comenzado antes--- comenzó una tendencia de presentar a los adultos como lejanos, descuidados, olvidadizos, tontos, neuróticos, ensimismados. Esta forma de representación del mundo adulto, a saber: los adultos no tienen el control, sino que lo tienen los niños, no terminó con el cambio de siglo, al contrario, fue in crescendo hasta llegar a la década presente.
Con esta información, nos hicimos la pregunta: ¿Por qué este fenómeno? Y encontramos un hito muy interesante en los mensajes publicitarios: colocaban a los niños como las personas a cargo de las situaciones, no los adultos, puesto que si logras desplazar a los adultos o al menos los colocas en una posición menor en jerarquía, no como padre o madre, sino como hermano(a) del niño, entonces la puerta de entrada para el mercado se hace más ancha y puede actuar en las emociones de los niños. No sé si esto es exacto (sé que hay investigación al respecto diciendo que lo es), pero lo que sí sé es que es mucho más difícil disciplinar* a los niños, guiar sus vidas. Entonces, si hemos de guiar a los niños, modelar un tanto sus vidas (como padres, ése es nuestro papel), pero al mismo tiempo ven un montón de ‘cosas’ en que los adultos no somos muy inteligentes ni estamos presentes y en contacto, y los niños salvan, una tras otra, las situaciones (mensaje muy recurrente), entonces es sumamente difícil ser en casa y de manera auténtica la figura de autoridad. Es como darnos un balazo en el pie.
Muchísima gente me lo ha comentado: la cantidad de problemas que han aparecido en casa junto con la permisividad en el uso de las pantallas, y cómo estos problemas se suavizaron cuando pusieron atención a este uso. Nuevamente, no se trata de ser antipantalla, sino de ser reflexivo: qué está pasando en mi casa, con mi familia; ¿puedo realmente ser el guía de mi niño si al mismo tiempo permito que entren por las pantallas ese torrente de mensajes en que los adultos, como yo, son representados como los tontos de la película?
*Y con disciplinar apelo a la raíz de la palabra: discípulo, aquél que sigue al que valora; no me refiero a una disciplina dura, arbitraria, que desvincula. Recuerden que estamos hablando aquí de conexión
Este texto es una traducción y transcripción de una conferencia oral, impartida en noviembre de 2016, por Kim John Payne.
Si nuestros hijos no tienen pantallas o no las están usando cotidianamente, ¿no serán excluidos de sus grupos?, ¿se sentirán extraños cuando convivan con niños que desde segundo o cuarto año de primaria ya tienen celular?
Confieso que ésta sí fue una de mis preocupaciones, pues aunque mi esposa y yo teníamos la certeza de que nuestros niños no tendrían contacto con pantallas en sus dos primeros septenios, sí nos hacíamos la pregunta sobre si eso tendría algún efecto en su situación social. Hablamos con mucha gente que tenía la misma postura que nosotros y puedo decir que identifiqué un tema, un tema que yo llamaría ‘las matemáticas de la amistad’; puedo desarrollarlo como sigue: en un salón de 20 niños y niñas, yo diría que para 6º de primaria más de 80% de esos niños ya tienen un celular inteligente, una tablet, su propia computadora… ¿qué pasa si el hijo propio no tiene nada de eso? Sigamos diciendo que 5 a 7 niños (y esto es anecdótico, me encantaría llevar a cabo una investigación seria al respecto) están completamente imbuidos en el uso de las pantallas, videojuegos, por ejemplo, y pasan entre siete y media y nueve horas al día usando alguna pantalla (esa cifra es el promedio nacional estadounidense). Luego tenemos otro subconjunto del grupo, unos 10-12 niños, que sí están metidos en las pantallas, pero que también hacen otras cosas: tocan algún instrumento, hacen deporte, tienen actividades al aire libre…, entonces dedican solo parte de su tiempo de vigilia a estar frente a las pantallas. Luego tenemos un tercer subconjunto del grupo de 20 niños, un pequeño grupo de 3 a 5 niños, que utiliza en muy baja medida o no utiliza en absoluto las pantallas.
Ahora, si ese primer subconjunto de niños (con alto consumo de pantallas) no entabla amistad con mis hijos… francamente, no me preocuparía ni molestaría. Está bien si mis hijos no se relacionan con chicos bombardeados por todo lo que ven en las pantallas. Luego tenemos el segundo grupo que, lo he visto, están interesados en los niños que usan poco o nada las pantallas porque estos últimos están llenos de ideas y saben entretenerse. Les cuento una anécdota: un día, estaban seis o siete niños de cuarto y quinto grado alrededor de una mesa, muchos de ellos inmersos en el celular y algunos, incluso, enviándose mensajes de texto entre ellos. Después de un rato, una de las niñas que no tenía celular dijo: “¿Qué podemos hacer?”, a lo que mi hija contestó: “Juguemos a guerritas de hielo, en mi azotea tengo un montón de carámbanos que he ido recolectando. Podemos poner una escalera, subir al techo por ellos y hacer la guerra acá abajo.” Todos acogieron la idea y pusieron manos a la obra.
No resultó tan buena la idea, pues hubo un niño accidentado, pero al menos fue una idea. Los niños que no usan pantallas o las usan muy poco inventan cosas nuevas y eso los hace populares, los hace ser aceptados de maneras que no anticipamos.
Otra cosa que sucede con estos niños que no usan pantallas, una vez que crecen un poco, es que frecuentemente sus amigos recurren a ellos cuando estos pasan por momentos difíciles; y creo que esto es porque un niño que no crece usando las pantallas se conecta, se vincula con los otros. Cuando comienzan una conversación, ponen atención y no responden sólo: “OMG” (Oh my god!), sino que están realmente ahí y contestan con contenido.
Conforme siguen creciendo, y nosotros somos pacientes para hacer estas observaciones, vamos viendo el grupito de niños con los que hacen amistad, y vemos que a nuestros hijos los respetan, no por el hecho de que no usen pantallas, sino porque ‘están enteros’, están presentes. He observado esto y he corrido el riesgo con mis hijos, he platicado con muchos otros adultos que han recorrido el mismo camino, y ha funcionado, puesto que nuestros hijos son los niños que no son fácilmente llevados por las tendencias de cómo hay que vestirse, cómo hay que hablar.
Y no es un problema que mi hijo se relacione con niños que usan pantallas, yo aconsejo a mis hijos que no tienen que irse del círculo de amigos cuando empiecen a comentar los contenidos de juegos o programas. “¿Qué hago?”, me pregunta mi hijo, “si empiezan a hablar de eso”. Yo le contesto: “Quédate ahí, no tienes que participar hablando; quédate ahí y escucha, ¿o alguien te dice que no puedes estar?” “No, no”, contesta mi hijo.
Por último, algo realmente conmovedor y bueno que he visto con el paso de los años es que los chicos que estuvieron inmersos en el mundo virtual durante muchos años (en videojuegos o en la red durante horas y horas), cuando llegan a los 16, 17 o 18 años y les llega el momento de mirar hacia el mundo e intentar establecer contacto, los chicos que han estado presentes durante los años previos, los que no dejaron de estar en la realidad, son los que están ahí para ellos y los que les enseñan un posible camino. Para esto es importante que yo no haya empleado un lenguaje de crítica y juicio hacia los niños y jóvenes muy metidos en las pantallas. Mi consejo es no hablar demasiado sobre los efectos tóxicos de las pantallas en los niños, etc., con nuestros hijos. Si nos mantenemos lejos del juicio, nuestros hijos serán capaces de relacionarse con los otros lejos del juicio, también, y serán quienes puedan tender una mano para los que estuvieron ausentes durante mucho tiempo.
Así que esto de las pantallas y la amistad es un asunto de lenta cocción: hay que tener paciencia y aplomo, puesto que sí es un tema que puede costar trabajo.
Este texto es una traducción y transcripción de una conferencia oral, impartida en noviembre de 2016, por Kim John Payne.
Durante un descanso matutino en un taller en British Columbia, una pareja con tres hijos de entre cuatro y quince años, me contó sus experiencias con las pantallas. La madre contó algunas experiencias y expresó reflexiones sobre los cambios que habían vivido. El padre lo dijo de manera directa: “Las pantallas decidían cómo se hacían las cosas. Ahora las decidimos Bárbara y yo. Así de simple”. Fue su valiente decisión de suspender a sus hijos el acceso a las pantallas lo que llamó mi atención.
Ellos notaban que sus hijos estaban mejor ahora; el mayor cambio se relacionaba con la disciplina. “Para ser honesto, yo solamente avancé con esto porque Bárbara estaba decidida a que tratáramos de limitar el uso de la computadora, el teléfono y la televisión, y yo estaba muy cansado de que todo se volviera una discusión con mis hijos”, continuó el papá. “Me hablaban como hablan los actores de las películas en las cuales los niños toman el control. Cuando dejamos las pantallas, ellos dejaron de retarnos cada vez que hablábamos con ellos. Es increíble cómo hemos dejado que nos invadan los dispositivos electrónicos sabiendo que eso hace mucho más difícil nuestros intentos por ser buenos padres”.
Un estudio sobre hábitos de aprendizaje, que incluyó a 46,000 participantes y fue realizado por la Escuela de Medicina de la Universidad de Brown, señala que las pantallas pueden tener serios efectos negativos en los niños, específicamente: en su aprendizaje y habilidades académicas, en su vida social y emocional, en el sueño, en su habilidad para poner atención, en su habilidad para afrontar retos y en la conexión con su familia.
Con el rumbo que han tomado las sociedades modernas, es comprensible que muchos padres piensen que los teléfonos inteligentes, las tablets, la televisión y las computadoras son una parte esencial de los niños, los adolescentes y los jóvenes, pero, convencido de lo que estoy diciendo, les comparto que a lo largo y ancho del país he conocido a incontables padres y madres con muy distintos estilos de vida que están experimentando una fuerte reacción visceral frente a la influencia dominante que estos dispositivos tienen en diversos aspectos de la vida familiar. Por el interés que tenemos en cuidar el corazón, la mente y el alma de nuestros hijos, debemos hacer nuestro mayor esfuerzo por domesticar a este dragón digital.
Este texto es una traducción y transcripción de una conferencia oral, impartida en noviembre de 2016, por Kim John Payne.